domingo, 28 de marzo de 2010

El decrecimiento: conciencia de lo finito de los recursos.

Serge Latouche, renombrado economista francés lleva ya varios años teorizando y pronunciado conferencias sobre el Decrecimiento.
La teoria -Por una sociedad en decrecimiento- pretende contrarrestar la desenfrenada carrera del sistema capitalista consumista que sigue presumiendo un mundo infinito, cuando claramente sabemos que los recursos son finitos. Por lo tanto el crecimiento a dejado de ser la manera para administrar la satisfacción de las necesidades humanas. Todo lo contrario en vez de satisfacer, produce más necesidades. Tanto desde el punto de vista individual psicológico, como del social y político.
El crecimiento ha devorado la economía y hemos pasado de ser una sociedad con crecimiento a una sociedad de crecimiento' dice Latouche , señalando al mercado como el que gobierna los misterios poéticos de la ecónomía, con la consecuencia nefasta de devorar los recursos del planeta, claramente expuestos en sus limitaciones, en los últimos años alrededor de la conciencia creada con el cambio climático, con la consecuente dificultad para alimentar y educar a la mayor parte de los humanos por un lado, y por el otro, con la dificultad para sanar el exceso de alimentación y las enfermedades derivadas del consumo, tanto físicas como mentales.
Según Latouche los fundamentos de la sociedad del crecimiento son la publicidad, la obsolescencia programada [caducidad programada de los productos] y el crédito.
Ciudadanos deudores consumidores de productos siempre temporales.
En eso nos ha convertido el crecimiento global por el camino del capital, sistema que imaginó un cuento donde la acumulación de ganancias compraba la inmortalidad. Donde a cambio de la acumulación de pecados ahora se obtiene la acumulación de puntos en una eterna tarjeta de crédito, que simula al sujeto siempre deudor de un paraíso perdido.
¿Decrecimiento como utopía o necesidad? Personalmente considero a la utopía siempre una necesidad de reemplazo. Cuando el motor de un auto se empieza a calentar, hay que apagarlo un buen rato y disfrutar mientras tanto de otros recursos en el camino, que generalmente nos vienen de manera gratuita, como la tolerancia y el encuentro con la paz, estado que dista mucho de la satisfacción de los apetitos provocados por la ansiedad consumista. En todo caso, el decrecimiento es un cambio de focalización del crecimiento. Decrecimiento en un lado para que exista crecimiento en otro.

sábado, 20 de marzo de 2010

La casa encantada de la enseñanza pública.




La casa encantada de la enseñanza pública.

Nunca me consideré una persona brillante. Menos una nerd, como oigo que dicen por ahí los que no conocen muchas palabras castellanas. Pero sí determinada con mi vocación. Desde la escuela decidí que iba a ser escritora y hoy me veo, aparte de otros oficios, escribiendo con la misma voluntad y pasión de quien encontró el camino para expresarse y para dar. Felizmente las palabras son una ruta que no pasa de moda entre otras profesiones. Cambia el soporte pero todos necesitamos comunicar lo que la mente fabrica.
Y no fue precisamente en el colegio donde me enseñaron a focalizarme y apasionarme por mi carrera. Fue en mi casa donde aprendí cierto método para construir mi mundo. Un método que terminé de construir por mi cuenta en la universidad y la vida. Donde descubrí que igual validez poseía la ciencia como el arte, en la percepción y en la conformación ideológica del entorno para hacer novelas ¡Igual se trata de certezas no de verdades! Es decir, para construir proyectos y materializarlos con mi propia disciplina y esfuerzo.
¡Sí, también existe el emprendedurizmo artístico, no solo el tecnológico o el comercial y me atrevo a decir que es más antiguo!
La verdad es que el país no me ha dado mucho más en este sentido. Me ha dado casa, escenarios y afectos, pero escasa validación a mi trabajo. Cero comentarios. Cero inclusiones. Pienso que así pasa con muchas personas independientes focalizadas solo en sus oficios. Pero pasa aun peor con todos los jóvenes que no cuentan con el apoyo de una familia que los eduque en la vocación, paralelamente al precario proceso escolar que discurrimos, donde todo el talento se ve transformado en un sueño de juventud anterior a los embarazos y al trabajo.
Llevan las de perder todos los niños que no encontrarán cauce para su expresión, porque el dinero marca la diferencia. Así las cosas, ya deberían las universidades privadas ir haciendo escuelas primarias y los colcenter parbularios. Porque la enseñanza pública parece seguir siendo una casa encantada.

lunes, 15 de marzo de 2010

ANONIMO DEL CAIRO

Ni la música Seedi con todas sus ondulantes hipotenusas femeninas, ni el temblor de la piel raptada por tambores y panderetas, ni las faldas girando como trompos, desafían en la gran ciudad del Cairo, al poder de la antiquísima lengua de agua llamada El Nilo. Tampoco el mercado Khan El-Khalili con sus callejuelas repletas de tiendas administradas siempre por
Mohamed, alias el mejor precio, y los anticuarios de impactante acento decimonónico británico, junto a los cafés olorosos a chai con hierbabuena y pipas aromáticas.
El río Nilo, hundido milenariamente a la tierra, peleando su territorio con el desierto, es la firma de la vida para el Cairo y para todas las ciudades cercanas a su abono ahora y siempre. El río es la ruta entre el pasado y el presente, entre los 4mil años a.c. y los 2mil años d.c. que le recorren limando las piedrillas del desierto entre centenares de dioses, cantos sacerdotales a la inmortalidad, guerras y alianzas entre el alto y el bajo Egipto, entre la tierra negra y la tierra roja, entre la flor de loto y el papiro, como lo representa a la perfección el jardín del museo del Cairo, coronando a los faraones como dioses y a los dioses como faraones, en una larga secuencia de la humanidad que la presente era, no puede revivir a conciencia, por su intensidad y por la ignorancia. ¿De cuanto nos hemos perdido los occidentales por no reconstruir la historia como se debe?
¿Cuantas lecciones hemos olvidado al no recordar los ojos del rey Hor viéndonos desde sus 3700 años de antigüedad más íntimos y cercanos que los ojos de Mel Gibson grabados en celuloide?
No recordamos porque no sabemos, porque no nos educamos y nadie nos educa. ¿Cómo saber que se pescaba con arpón, de pie sobre sandalias de esparto, equilibrando el peso de la tabla
tatarabuela de la de surf, acompañados por los hipopótamos que también pescaban, entre los papiros, los lagartos que esperaban a sus presas y los gansos rayando el cielo en su huída al mediterráneo, mientras los enamorados se deseaban imaginando sus cuerpos barnizados por el aceite de sándalo, protegidos de los zancudos por los abanicos de plumas de avestruz que batían sus esclavos, mientras los campesinos segaban el trigo de la ribera, picaban piedra caliza y secaban dátiles?
Menos aún recordar que estas viejas alianzas son las alianzas de siempre. Las que constituyen la vida de los imperios hasta en el 2006 d.c.
Cincuenta, cien, doscientos o trescientos años como promedio de duración de las casas imperiales, las que constituyen las disnastías. Ramses II reinó durante 66 años y tubo 90 hijos pero ninguno le llegó a la talla, así que los siguientes nueve reyes tomaron su mismo nombre prestado para preservar con el la gloria del trono y la inmortalidad. De allí el templo de Karnak gigantesco complejo de templos (caben cuatro Baticanos dicen) en el que se invirtieron la módica cifra de 2000 años para su construcción, con los consiguientes movimientos humanos de vida y muerte de pueblos enteros esclavizados, aferrados a la mueca del faraón quien sentado en su cetro áureo, pisaba de manera simbólica con sus pies a sus enemigos, pintados en posición de vasallos, con detalle de raza y tribu en los taburetes. La sumisión era el pan de cada día y la iconografía la propaganda que aseguraba a los vencedores los botines de guerra. Tierras, mujeres, mano de obra para las pirámides, todo complacía al Dios Faraón. Y en el caso de ser reina como Hatshepsut, pues una nueva diosa la justificaba en su mandato, mientras cabalgaba buscando plantas para su jardín exótico. Después, al final de los imperios llegaban los venenos, los saqueos, las destrucciones he incendios de para no dejar señal de lo vivido. Incluidos los dioses que eran suplantados por otros, más a doc de los vencedores. De esto no se escapan moros ni cristianos. Persas, griegos, romanos. Franceses, ingleses, españoles. Aztecas, chibchas, e incas.
Hasta la actualidad los imperios trafican con sus naves por las mismas corrientes de los ríos de la vida. Los que llevan poder, los que llevan alimento, los que devuelven oro, enfermedad o acciones petroleras. Los que bañan las tierras prometidas y las hacen fértiles para Caín el pastor o para Abel el cazador, según sea la bandera de la tribu y el tiempo que avecina. Todos convocan al halcón Horus para sus guerras, todos desean sojuzgar a los extraños que no son de su pueblo y destruir sus símbolos para poner sobre las ruinas los nuevamente legítimos.
Ni la fortaleza de Saladino, ni Abu Simbel, ni el misterio de las pirámides desafían al poder de este río que cobija la antigua pulsión de la muerte, del combate y de la sobrevivencia. A sus orillas se tejió lo demás. El mercado y el tráfico del querer y del poder. El de la pobreza, la avaricia y la injusticia. Después vinieron las leyes como un anexo divino.
Ya hasta la misma agua que se navega tiene su peso en oro en el mercado actual. ¡Cual nuevo faraón querrá ser el propietario auto designado de los Nilos del mundo? ¿Quién está abriendo la jaula del halcón en este momento?

miércoles, 3 de marzo de 2010

La Metáfora de la educación

LA METAFORA DE LA EDUCACION

La escuela, el colegio, la universidad. El resto va por nuestra cuenta.
Hibridez, globalización, modernización, universalización. Palabras que silban entre los dientes de muchos educadores, adeptos a la nueva ola lanzada a la playa de la postmodernidad costarricense, donde se bañan teóricos, intelectuales y líderes políticos entre otros, sin saber muy bien si se trata de nadar, sumergirse en su espuma, saltar, surfear o simplemente enjuagarse en la zona de las palabras de moda.
El caso es hablar con las palabras que tocan: las que terminan en “ción” o en “aria”. Pero ¿quién sabe realmente cuál es el sentido de estas palabras y lo que es más, sabiendo el sentido, si son apropiadas para el tema, para el pedazo de realidad a las que se están adecuando? No olvidemos que al escoger una metáfora cortamos el queque de la realidad –epistemológicamente hablando– quedándonos con una tajada tan solo. Y es a partir de esa tajada que seguimos elaborando el resto.
Cuando se habla de educación usualmente se habla también de modernización, actualización, globalización. Palabras huecas. No hay otra metáfora para la educación que la vida. Como la vida –la de carne, vísceras y sentidos– es la metáfora de la educación. Original y copia se retroalimentan en aras de moldear mejores seres humanos.
Vida y conocimiento. La educación no es otra cosa más que, reflexión, reproducción, representación de la práctica del vivir, donde los estudiantes deben reinventar el mundo y los profesores también. Donde cada día, con la suma de informaciones, concretas y abstractas, parciales y generales, reelaboramos nuestra postura vital y asumimos las elecciones correspondientes. Algo muy simple y al mismo tiempo muy complicado como es el principio filosófico de todas las cosas.
Si la metáfora es la vida, su instrumento es el conocimiento. Por lo tanto si no conozco la vida no educo y no me educo. Si conozco la vida, la plural y la particular. El movimiento externo y el movimiento interno de las cosas, mi camino será claro, mi aprendizaje intenso y duradero, pero si no conozco la vida, si niego el movimiento, el protocolo de lo vivo en todas sus
manifestaciones, el camino será engañoso, lleno de palabras y pocos resultados duraderos. Será un simple camino para un fin y no un camino en sí mismo. La metáfora del camino es muy antigua pero muy ilustrativa. Un punto de partida y un punto de llegada y en medio una línea.
Si recordamos todas las historias acerca de caminos, lo importante de ellas se encuentra en la línea. No en el principio ni en el fin.
Hace unos días me sorprendí cuando el director del colegio donde estudia mi hijo decía que lo importante no era asistir o no al colegio. Lo importante era la vida. Las elecciones que vayamos haciendo a lo largo del camino son las que nos darán una vida particular. El director no había dicho nada nuevo, pero el grado de empatía y de sinceridad con el que usó la metáfora humana de la educación, creo que sirvió más que dos horas de discurso lleno de palabras especializadas. Y no me refiero a manipulación de grupos de jóvenes. Me refiero a que creo fervientemente que una educación sin sentido de libertad, de conciencia individual, en medio del ruido, no tiene sentido más que el básico de comer para llenar un estómago. El mismo que tiene usar palabras socialmente de moda, entelequias ideológicas de los ochentas,
noventas, para tratar los temas cálidos de nuestro ser.
Hacer personas. Educar es hacer personas más allá de sujetos o sujetas que funcionen laboralmente, que se laven los dientes, hagan familias y reproduzcan todos los vicios y virtudes de nuestra sociedad que sigue siendo muy nuestra, muy específica a pesar de la globalización y sus curiosos productos; como es el hecho del alto índice de criminalidad y delincuencia urbana –entre asaltos y tráfico de drogas– incontroladas por la policía en
las zonas más frecuentadas de San José, y el número siempre presente de maternidad adolescente muy característico de nuestro ser colonial. Educar es ser persona para hacer personas. Más que dar una clase, planear una estrategia educativa o una nueva metodología, el que educa tiene que saber primero quien es, y en que consiste su vida. Para luego poder emprender la hermenéutica de la colectividad con un polo a tierra seguro y comprensivo.
¿Cúanta gente dedicada a la educación no se encuentra en la ignorancia más grande relativa a su propia humanidad? ¿Cómo se puede educar dando palos de ciego, jugando a que se conoce sin conocer? ¿Cómo hacer metáforas de algo desconocido, cómo trasmitirlas si ni siquiera nos hemos podido construirnos como personas? ¿Si nadie nos ha enseñado a hacerlo? Volvemos al cuento de la serpiente que se muerde la cola. Que siempre es mejor que el cuento de la serpiente terca que se muerde la cola.
¿Educarnos para qué? ¿Para cumplir con un protocolo social? Para aprender un oficio que nos mantenga? ¿Para mantener los niveles propios de la globalización?
No. Educarnos para la vida que es decir todo: lo social, lo económico, lo técnico, lo biocircundante; pero también lo comprensivo, lo integrador.
Lo que sistematiza el goce de estar vivos, de ser personas actuantes, protagonistas en ejercicio de su libertad en las esferas privadas y públicas de sus vidas.
Es la mejor metáfora, la más simple y la más difícil. Ya que educar va paralelo a vivir, y que a veces la vida no da para más cuentas que los números, comprometámonos con esa parte de nuestras vidas destinada para ello colectivamente. La escuela, el colegio, la universidad. El resto va por nuestra cuenta. Pero esa es otra metáfora. La de la serpiente terca que se muerde la cola mientras busca el equilibrio entre la responsabilidad y la libertad