viernes, 18 de marzo de 2011

existían personas dedicadas a anudar y controlar los vientos; claro está, por medio de sus dones mágicos.


Vendedores de viento



• Con diferentes disfraces, siguen activos entre nosotros

Mucho antes de que existieran los Reyes Magos, en Corinto y en Constantinopla, como en otros puertos del Mediterráneo y del norte de Europa donde la navegación era el eje de la vida comercial y, por lo tanto, el sustento de sus habitantes, existían personas dedicadas a anudar y controlar los vientos; claro está, por medio de sus dones mágicos.
En tiempos de Constantino se sabe que un hombre llamado Sopater fue condenado a muerte en Constantinopla por el delito de atar los vientos con su magia ya que los barcos que llevaban granos a Egipto y Siria no pudieron llegar a la costa por falta de viento, lo que causó mucha rabia en el hambriento pueblo bizantino.
Los brujos o hechiceros filandeses también solían vender viento a los marineros detenidos en el puerto por falta de vientos o demasiado viento calmo. El viento que vendían estos hechiceros estaba encerrado en tres nudos: si deshacían el primer nudo se levantaba un viento moderado, con el segundo se producía un ventarrón y con el tercero, un huracán. Esta práctica era llamada el arte de amarrar el viento con tres nudos.
Magos públicos. Más adelante estas artes de amansar los elementos de la naturaleza pasan a ser atributos de los magos públicos o, como los llamaban las tribus australianas, los “encargados del sagrado almacén”, quienes van aumentando sus funciones, de solo mágicas, a mágicas y civiles, pasando a organizar, además de los vientos y otras fuerzas de la naturaleza que se ameritaba amansar en la región, las fuerzas del orden humano y social. Nace así “el caudillo”, el jefe hacedor de las fuerzas de la naturaleza.
De alguna manera, con el desarrollo de las culturas, el mago cede el paso al sacerdote quien, renunciando al intento de influir directamente sobre los procesos de la naturaleza para el bien del hombre, trata de obtener lo mismo apelando, ahora sí directamente, a los dioses que han ido surgiendo de manera conceptual y abstracta para que estos hagan lo que él ya no cree saber hacer por sí mismo, cuando era culturalmente considerado un dios entre otros dioses: un dios-hombre u hombre-dios similar a un hechicero poderoso, totalmente diferente del concepto de naturaleza divina con que construimos posteriormente a nuestro Dios.
Del mago al sacerdote, del sacerdote al rey y del rey al emperador. Este es el camino de ciertos hombres para los que no existe diferencia entre el orden de las ideas y el orden de la naturaleza, suponiendo, como estos han creído, que el dominio que puedan tener sobre las ideas les otorga el mismo dominio sobre la naturaleza y las cosas. De allí es fácil creerse especialmente capacitado para el control del ambiente que los rodea, tanto natural como humano.
La historia de estos hombres, que podemos seguir llamando “los vendedores de viento”, llega hasta nuestros días con diferentes disfraces: de líderes religiosos y espirituales, políticos, expertos vendedores, stars científicos, sanadores de todo tipo, dictadores territoriales, raciales, etc.
Como a Sopater. Mientras haya quienes les compren sus magias creyendo en sus poderes, seguirán manteniendo su fuerza y su poder en la sociedad. Ocasionalmente les sucederá lo que le sucedió a Sopater: el pueblo, al sentirse traicionado por la ineficacia de su magia, lo mata. El mismo pueblo que elige y mantiene en la cúspide a sus magos, el mismo pueblo que cree y compra las soluciones mágicas es el que después los señala como impostores y les pide cuentas.
Por lo tanto, no hay Sopater sin marineros necesitados de soluciones fáciles. Desgraciadamente, tanto para los pueblos como para los Sopater futuros, siempre habrá quienes acudan a los vendedores de viento creyéndolos verdaderos reyes magos.