sábado, 16 de marzo de 2013

FABULA DE MUJERES VIAJANDO CON ESPEJO

               

                            FABULA LAS MUJERES VIAJANDO CON ESPEJO

Soy una mujer crecida y educada por el estado y la iglesia. Una mujer que trabaja y piensa en una vida mejor en tanto que la vida es un sistema de todos. -Amar al prójimo como a ti MISMO- fue el objetivo de esa educación recibida.  ¿Pero quién era ese mi mismo? Una creciente consciencia de invisibilidad me fue envolviendo. ¿Dónde estaba la referencia a mi persona mujer, a mi amor propio? ¿Dónde en la historia del país, del mundo se mencionaba mi gestión de manera igualitaria a la gestión de los hombres? ¿ En que espejo me miraba que no fuera dónde salía el diablo, la segua, la reina mala, la mujer brava?
Crecí con la consciencia de habitar en un cuarto oscuro sin donde mirarse. Crecí con la consciencia de que no existir era parte de ser mujer. No molestar, no exigir, no decidir, no interpelar, no pedir demasiado.... y a cambio mentir, manipular, seducir etc.
Un mundo interior fue creciendo dentro de esa celda de inacción tan históricamente femenina en la que reconocí encontrarme. Un mundo lleno de fantasías, dónde el amor a borbotones me era regalado en muñecas, canciones, películas y toda clases de sublimaciones románticas. Un mundo bello y bueno a la medida de Platón mientras que el mundo exterior, público, afuera hervía entre guerras, danzas y manipuleos troyanos, cambiando sus fronteras y afanes según los vencedores del escenario, sino sucio, feo y maloliente.
Por supuesto que un día me pregunté como sería la vida afuera. Me gustaba el sol, me gustaba andar en bicicleta y decidir doblar la manivela para un lado o para el otro según me lo pedía el camino. ¿Podría ser conductora de una  nave para mí sola y dejar de ser pasajera ?
Inicié un viaje al centro del patriarcado desde la invisibilidad. El viaje ha sido duro. Ladrones, timadores, vendedores de aire, toda suerte de abusivos, como de abusivas, me he encontrado en el camino. He peleado varias guerras perdiendo pedazos de mi cuerpo. He perdido la alegría y llorado muchos muertos en mis muertes. Me he contaminado de  rabia y he vomitado las sobras de la injusticia. A golpes de carne molida  habita mi espíritu por las noches cuando recuerda viejas contiendas. Ya no me expongo como antes. Soy mejor guerrera. Escojo cuando pelear. Aprendí a usar la invisibilidad a mi favor como tantas otras mujeres mientras el patriarcado sigue brillando con sus espuelas de plata y viejos boleros. Con su billetera y su liturgia mitómana. Con su Adán extraviado y su descomunal presencia en el destino del mundo.
Sigo viajando.  Hay rutas ya conocidas y seguras. En ellas he logrado hacer un jardín pequeño pero bellísimo dónde antes no había nada.  Me detengo y huelo el perfume de sus flores. Entonces vuelve a palpitar mi mundo interior y con el todas las promesas de las sabias virtudes se reflejan en el espejo que he construido. Es un espejo donde me veo. Mirá -digo- SOY, tengo nombre y ocupo un espacio.  Me muevo, trabajo. Puedo transformar un pedacito de mundo y  guiar a otras  y otros en el camino.
Ahora soy mujer con espejo y fabula propia.
 Una fábula que lentamente se hará oír junto con otras fábulas sobre mujeres viajando, luchando, queriéndose de verdad para así querer a los otros de verdad. 
Yo la apunto aqui para que no se me olvide porque los días van de prisa y no vuelven y el camino siempre sigue fuera de la celda, incómodo, violento, inabarcable pero fértil.




viernes, 1 de marzo de 2013

Amistad: fuerza en la batalla



                                                   Amistad: fuerza en la batalla
Son las cinco de la tarde de un jueves de febrero. Afuera el sol se hamaca en el viento de una luna llena que cuenta los minutos por salir. Tomo café recién hecho y me pregunto que tomaba antes, en las tardes en que estudiaba el bachillerato. -También café, pero mucho menos que ahora- me respondo y asiento con la cabeza. Menos café, porque recuerdo que en ese tiempo siempre corría de un lado para otro. Caminaba y volvía a correr  entre plan y plan grupal. Eran tardes de agua y estudio, de limonada y deportes, de cerveza y canto. A excepción de las tardes de luna llena. Para mis amigas esas tardes eran un verdadero simulacro de carpa de batalla. Nos reuníamos a planear la noche por venir como si esta fuera la última del planeta. Para ese gran evento, tomábamos gingirel y ron, nos cambiábamos la ropa varias veces, ilusionándonos con las rutas que imaginamos. El ritmo de la tarde lo iba construyendo la música según la escenografía de nuestros sentimientos y fantaseos. Pero lo importante, lo verdaderamente importante  era que la materia de nuestros sueños era muy similar en las tres amigas.   La amistad nos había otorgado esa mímesis, esa fuerza de las pasiones compartidas  que compensaba con creces a la edad de la insatisfacción.
Juntas navegábamos el silencio moliente de los padres. Juntas leíamos las primeras teorías que ordenaban nuestro caos personal. Juntas redimíamos las primeras heridas del amor y juntas volábamos por los aires del futuro. 
Como este jueves de febrero del 2013, pasamos muchos jueves acompañándonos en la inauguración de la vida; un brindis por los viajes, otro por la libertad, otro por la lucidéz… entonces la luna aparecía con su sed errante y nosotras guardábamos silencio tranquilas de tenernos como testigos. Crecíamos y nos observábamos. Crecíamos y nos criticábamos. Crecíamos y nos asustábamos..pero juntas, acompañadas. La batalla era de tres.
Hoy recuerdo esas tardes como un homenaje a la amistad. Un trozo de tiempo para cada una como un queque de cumpleaños a toda una  vida.
Mi adolescencia  es el recuerdo de esas tardes conspiradoras. Doy las gracias por haber tenido amigas y seguir teniéndolas.
Un amigo es un tesoro dice el refrán y es cierto..pero tener amigos es, como todo en la vida, más que una disposición, una práctica. Una práctica que se enseña en la familia.
Mis padres me enseñaron el aprecio por la amistad. Por los amigos del alma y los amigos de la vida. La amistad se cultiva como el amor… así decía mi padre. Se abona, se poda, se riega al estilo principito. Difícil para quien todo es inversión, fácil para quien todo es compasión. Esas tardes no son negociables en mis recuerdos. Son parte de lo que soy ahora. Me formaron y estando ya al tanto de que los ríos no se devuelven, me conformo con el alivio del recuerdo en la mente y en las fotografías que guardo.
Mi padre guardó una fotografía con sus amigos de la vida. La fotografía fue tomada en Cartago y se nota que fue una ocasión especial. Una ocasión del alma. La foto es bellísima: un grupo de hombres jóvenes, talentosos y sobretodo cómplices: un biólogo naturista, José Manuel Rojas, profesor de ciencias, homeópata de larga vida. Un filósofo de abundante prosa y largos estudios, Luis Barahona, mi padre. Un abogado, Carlos Camaño y un prolífico y emblemático pintor también de larga vida: Marco Aurelio Aguilar. Me puedo imaginar sus conversaciones, sus consejos, sus reflexiones…En el momento de la fotografía los esperaba una vida por delante llena de logros, aciertos y fuerza en la batalla, para ese Cartago de los años 30.