jueves, 25 de julio de 2013

    Mi espíritu es más moderno que tu espíritu.


                         
                           
                                           

Pareciera que en la medida en que las sociedades se alejan de las religiones tradicionales, crece el número de enfermos mentales o de enfermedades mentales registradas como tales. Es una asociación muy aventurada la que hago pero poniéndonos a pensar en la necesidad del ser humano de trascender las imposibilidades de la vida, y sobretodo de limpiar la culpa mediante procesos terciados, como una confesión ante otro o mediante un proceso de depuración penitente, podría tener consecuencias la pérdida de estas prácticas sobre la psiquis. Solemos pagar las culpas y limpiar la contabilidad del alma   en las romerias y en el control impuesto por las reglas que concordamos seguir, al ser creyentes de unos mandamientos sagrados para seguir el camino, la vida.
 
La vida, esa extraordinaria historia que nos toca vivir llena de sufrimiento y pérdida, a partir del nacimiento, necesita sus valbulas de escape y sus procesos de drenaje. Una angustiosa soledad puede llevarnos a la tristeza más profunda. Una derrota, una incapacidad, un miedo atroz, una incertidumbre  constante… La pobreza y el abandono, la riqueza y el carnaval… en fin! Somos seres modelables al entorno y el contagio de las emociones es el pan de cada día en las medios de comunicación, en las campañas electorales, en las modas etc. 
Practicamos el odio y nos contagiamos del odio. Practicamos el amor y nos contagiamos del amor.  
¿Qué sigue ahora? ¿ Que hacemos sin estas prácticas religiosas para sobrellevar sin santos y vírgenes, esta inestable existencia? ¿Las pastillas psiquiátricas? Porque creer que las emociones que antes eran encaminadas por la fe son malas y necesarias de controlar a fuerza de química parece que es el mensaje de las sociedades occidentales.  Por otro lado existe otro mensaje que  contrarresta poco a poco esta pérdida. Se trata de las emergentes prácticas de espiritualidad consciente, donde las personas entablan una relación directa con la espiritualidad y dejan para su propia consciencia la tabla de los diez mandamientos, esta vez relacionados con todo el ecosistema humano, cósmico, como un todo. Meditar, hacer yoga, tai chi, soltar recuerdos, perdonar malas emociones, desapegarse… en fin… un camino más ligero, ¿más a la medida de nuestras posibilidades? Un  camino nuevo, globalizante, planetario apuntando a un futuro social diferente…
Aunque también por ese camino pululan los guías espirituales, los gurus, la estratificación y los vividores de los otros… de nosotros, los sedientos pasajeros de la vida que buscamos el abrazo del alma que perdimos al nacer y que recordamos, emoción tras emoción en un emulador ejercicio de permanencia paradójicamente temporal.
Pero nos vamos, pero morimos, pero no somos ángeles, ni sirenas, ni superhéroes y menos solipsistas en la cumbre de una roca.
Una práctica espiritual a la medida de nuestra actual fragilidad, podría ser una buena propuesta a la hora de  vivir más el presente en la tierra y menos el futuro en los cielos a pesar de su anuncio de eternidad.