martes, 14 de mayo de 2013




Mis piernas

Todavía recuerdo los artículos en la revista Selecciones sobre el cuerpo. Me gustaba leer: "Soy el hígado de Juan" o "Soy el corazón de Pedro", etcétera. Las mujeres parecía que no teníamos cuerpo o por lo menos alguien que escribiera sobre nuestros cuerpos más allá de lo que servimos para la reproducción humana y el placer. Por eso hoy quiero rendirle tributo a mis piernas. Al igual que lo hiciera en su día Walt Whitman a su cuerpo eléctrico. 
Recientemente se ha demostrado la relación inherente y pasmosamente biunívoca entre nuestro cuerpo y el conocimiento que tenemos del mundo. Dice el neurólogo Damasio que conocemos la realidad por medio de mapeos mentales que logramos hacer, a partir de lo que mejor conocemos: nuestro cuerpo  y sus dimensiones. ¿Hay algo que nos de más  confianza y seguridad que nuestro propio territorio corpóreo?  Desde los primeros días de vida iniciamos el dibujo de estos mapas y es así que nuestra mente establece medidas de las cosas a partir de la medida que tiene del propio cuerpo, y es, partiendo de estas medidas, que crea las imágenes de la realidad. La importancia de esta relación apenas inicia sus estudios.
En mi caso, pongo de ejemplo a mis piernas, porque es a partir de ellas que me comunico con el mundo material, más allá de este mundo de las palabras.
Le debo todo a mis piernas: caminar, saltar, andar en bici, nadar, poder moverme y trasladarme de un lugar a otro... pero también poder detenerme, hacer un alto, sostener un bulto, recoger una moneda, aplastar una alimaña. Mis piernas son sagradas para mí. Me han acompañado en las malas y las buenas y con ellas he aprendido lo que es el dolor de una quebradura y la imposibilidad del movimiento por muchos días. Sé lo que es oír cómo se rompe un hueso propio y cómo se sana. Esperar que el cuerpo sane es todo un proceso mente-cuerpo. Y es precismanete en ese trance cuando entendí muchas más cosas de mis piernas: ellas han sido mis paredes y mi soporte. Han sido mi sostén y también mis columnas angulares en el imagianrio de mi vida. Construí mapas por medio de sus pasos y de su fuerza más allá de sus propias dimensiones. Dibujé mapas simbólicos y de sistemas humanos hasta que estas dijeron no puedo más con este peso y cedieron a su suerte en el plano físico.
Mis piernas no son eternas y ahora debo cuidarlas más que al resto del mapa corporal. Cuidar de su tibia, su peroné, su nervio ciático y safeco, vigilar sus venas, tornillos, pines y músculos.
Mis piernas, mis columnas reforzadas, cada día están más lejos de ser una perna o pernil y cada día están más cerca de ser un símbolo de victoria ante la vida. Ando con ellas como con dos medallas, como con mis recuerdos, como con mis marcas de guerra, cicatrices y retos. Valen más que cualquier título académico o un rosario de piropos a la luna.  Mis piernas merecen mantenimiento:  un poco de descanso, un tanto de ejercicio y mucha conversación. Cada vez que puedo las llevo a desfrutar del paisaje y nos tumbamos a ver el mar. Ellas dicen que son ellas las que me llevan y las que intervienen en cualquier consideración en torno a la escenografía de todos mis personajes. Tienen razón.  Suficiente razón como para que sonríamos, celebrando el milagro de la cartografía humana y la consciencia cómplice de la carne.