domingo, 1 de abril de 2012

Crítica literaria y análisis de la novela Ver Barcelona por Mauricio Molina


Pintar Barcelona

Por 

Dr. Mauricio Molina Delgado Profesor de Filosofía de la cognición.


 El libro Ver Barcelona de la autora Dorelia Barahona-Riera ha sido escrito sobre las páginas de otro libro, el Manual del Maestre Bonnin.  En efecto, los capítulos de dicha novela toman títulos prestados del mencionado manual de pintura, manual al que ciertamente no tenemos acceso pero cuya oscura procedencia conocemos a través de las mismas páginas de la novela.
De allí que los títulos mismos se conviertan en un rompecabezas para el lector.  Presumo que el orden de los títulos en la novela no es el mismo que el del manual, y ciertamente su sentido debe variar según el texto al que sirvan de encabezados.  Mientras que en el contexto de un manual de pintura parecen tener la misión de definir simplemente el nombre de algún color o efecto en la pintura, suponemos que dentro de la novela juegan un papel de contigüidad con la historia que se narra.  En términos retóricos se trata de una relación metonímica.

Así, el Verde bosque (definido como “el cuarto color del espectro solar.  En contraposición a seco. Se dice de los árboles y las plantas. De todo lo vivo”) el cual aparece en el primer capítulo de la novela, nos ubica en Kekoldi, una pequeña reserva indígena cerca de la Cordillera de Talamanca. El oro, en cambio, (título que aparece hacia el final de la novela) hace referencia a un tesoro de joyas que debió ayudar a la causa republicana en la Guerra civil española.  Por su parte, el Blanco España (en el 9º capítulo) remite a las primeras experiencias en Barcelona de una niña bribri llamada Forever, que resulta víctima de una serie de abusos.  Es este precisamente el centro de la historia que narra la novela: primero la muerte de los familiares de Forever por un desastre natural, el cual sin embargo es causado por los maltratos humanos contra el ambiente; luego Forever que es drogada y enviada a Barcelona, su violación, su sometimiento a realizar trabajo infantil, así como otros abusos que también sufrirá en Cataluña. 
A partir de aquí la relación entre los títulos tomados del manual de Bonnin y lo que se narra en la novela de Barahona-Riero se vuelve más sutil.  Los colores que estaban ligados inicialmente al mundo verde en que habitaba Forever, no serán ahora los colores de Barcelona, sino los de las obras de Gloria Pujol, una pintora que contrata los servicios domésticos de Forever para controlar el desorden de su mundo, sin conocer la trama oculta de abusos por los que ha pasado la niña. Las definiciones del Manual de pintura se convierten en reflejos deformados de las situaciones que se narran, ya no guardan relaciones de contigüidad sino de analogía, como cuando se relatan los nuevos engaños de que es víctima Forever.  Reza el título de uno de los capítulos intermedios de la novela “Primera veladura: Dícese del efecto de velo o cortina logrado con solvente que cubre las formas” y posteriormente otro capítulo “Segunda veladura dícese de volver a velar o pasar una cortina sobre lo pintado, para lograr un efecto mayor de encubrimiento”.  Estas citas remiten al juego de simulaciones, engaños y espejos falsos del que es víctima Forever en su viaje a Cataluña, el cual termina con una nueva separación, alejándola del único pariente directo con que cuenta en el mundo.  En este caso, de nuevo desde un punto de vista retórico, se empieza a establecer una relación metafórica entre los títulos tomados del manual de Bonnin y el contenido de la novela. 

Sin embargo vale la pena detenerse en el contexto del manual de pintura como tal.  Y es que en la lectura superficial e indirecta que tenemos del mismo, se revela el carácter absurdo de la tarea que se acomete, la de definir las experiencias de los sentidos, experiencias cuya naturaleza fenoménica es irreductible.  Cómo definir un color, cómo por ejemplo explicarle a un daltónico la experiencia del color verde.  Lo que parece imposible como tarea de un manual o una enciclopedia, es a pesar de todo la tarea última de la literatura y del arte.  En eso acierta el libro porque al trasladar aquellos textos de manual al campo de la novela, desnuda nuevamente el accionar de las ruedas de la retórica. Nos recuerda que los engranajes que mueven el mundo son los de un mecanismo donde las metáforas se anudan con las cosas, al menos desde la perspectiva de quienes habitamos aquí tratando de encontrar sentidos y movernos con un mínimo de cordura en un universo que de otro modo carece de luz.  Los colores, tal y como los define Bonnin, encierran esa necesidad de literalizar las experiencias para comunicarlas. Por ejemplo el amarillo imperial como recuerdo del poder y la gloria, o esta maravillosa y terrible  imagen/definición del Magenta: “Dícese del color rojo oscuro que se puso de moda después de la sangre derramada en la batalla de Magenta en el año 1859”. Al fin y al cabo los colores no existen, al menos no existen en las cosas, sino es por aquellos que las vemos.  Lo mismo sucede con los olores y sonidos y por eso podemos referirnos a tonos agudos, músicas oscuras, aromas luminosos; donde una experiencia sensible se enlaza con otra experiencias sensible, en una red de significados que finalmente no tiene un sustrato firme sino que flota en una nube de retórica e imágenes.  Nos encontramos aquí con la sinestesia, la experiencia cruzada entre diversos sentidos, la posibilidad de escuchar colores y degustar imágenes.  Mientras que la sinestesia puede ser una condición que se presenta en algunas pocas personas, también está relacionada con experiencias con drogas, lo mismo que con una estrategia retórica.  También podemos pensar en un estadio en el desarrollo donde los niños(as) no han aun diferenciado completamente sus experiencias sensibles.  En la novela, el desarrollo de Gloria la termina llevando a esta confusión sensorial. A través del manual, Gloria “percibe los colores con todos los sentidos”.  Colores graves que lastiman, luces estruendosas.  Gloria en este sentido vuelve a ser como una niña.

Lo que es cierto para el manual injertado dentro de la novela lo es también para el manual en sí mismo. Será otro de los personajes, Soledad, quien descubra que este manual no es más que una nueva metáfora, un manuscrito sobre otro manuscrito más oculto aún que el anterior. Soledad, descubre entonces una tercera veladura (es decir según define Bonnin “pasar por cuarta vez una cortina con solvente y aceite”). Para Gloria Pujol, aparte de su identificación afectiva con el mismo, el manual es simplemente un manual. La lectura literal del texto la guía en sus labores artísticas, pero Soledad devela una trama oculta (“Raspar con paleta con el propósito de borrar resultados indebidos”).  El manual de Bonnin aparece entonces como un mensaje cifrado. No es este, por supuesto, el lugar para descifrar esta trama, pero el descubrimiento de Soledad puede entenderse en el sentido de que la literalidad es en sí misma una máscara, lo que ya podíamos sospechar si emprendemos el de por sí fallido proyecto de definir las experiencias de los colores.

No es que no existan lecturas literales, es que estas son en sí mismas metafóricas.  En ese sentido conviene detenernos en la lectura de Gloria, quien como habíamos adelantado se acerca al manual como si fuera eso, un manual de pintura.   Pero el trabajo de Gloria es nuevamente un ejercicio velado.  Por un lado Gloria pinta sobre su pintura, engañando a Forever, y también engañándose a sí misma.  Hay sobre todo un ejercicio de maternidad en el trabajo de Gloria, quien da existencia a sus personajes e imágenes.  Les habla, los llama a salir de la nada para entrar en el ser: “Poco a poco aparece un bulto, luego un pedazo de contorno y luego un contorno completo”, luego “el milagro de vértebras, músculos, tensión de nervios… aquel personaje que surgía del lienzo en minutos, antes perfecto en su invisible blancura, era su hijo”.

 En su libro Novela negra con argentinos Luisa Valenzuela afirma que se escribe con el cuerpo. Bonnin nos recuerda que también se pinta con el cuerpo. El acto de pintar se convierte en parto.  En la novela, paralelamente Gloria tendrá una hija, al menos una hija que se sale de las dimensiones de un retrato.

Ver Barcelona, es en definitiva un juego de lienzos que se reflejan más bien como espejos, degradándose las imágenes, dándole razón al filósofo que nos advierte que estas son necesariamente imágenes degradadas. 
Hasta el título parece un engaño, una nueva veladura.  Mientras que nos recuerda aquella historia (en este caso al sur de la península, en Andalucía) de  que no hay nada peor que ser ciego en Granada, la verdad es que en la novela no vemos los colores de las flores de las Ramblas, el mar oscuro desde la Barceloneta ni las sombras del barrio gótico. Asistimos más bien al espectáculo de la luz verde y las montañas azules del mundo en que habita Sibú.
A diferencia de Platón, el claroscuro de la retórica parece señalarnos en la novela que no hay arquetipos ni modelos que aventajen a las imágenes.  Y como dice Gloria, la verdad es que no somos dioses para mirar el brillo de las cosas desnudas. Al final lo único que vemos es lo que en realidad no existe: los colores.