Pareciera
que en la medida en que las sociedades se alejan de las religiones
tradicionales, crece el número de enfermos mentales o de enfermedades mentales
registradas como tales. Es una asociación muy aventurada la que hago pero
poniéndonos a pensar en la necesidad del ser humano de trascender las
imposibilidades de la vida, y sobretodo de limpiar la culpa mediante procesos
terciados, como una confesión ante otro o mediante un proceso de depuración
penitente, podría tener consecuencias la pérdida de estas prácticas sobre la psiquis. Solemos pagar las culpas y limpiar la contabilidad del alma en las romerias y en el control
impuesto por las reglas que concordamos seguir, al ser creyentes de unos
mandamientos sagrados para seguir el camino, la vida.
La vida,
esa extraordinaria historia que nos toca vivir llena de sufrimiento y pérdida,
a partir del nacimiento, necesita sus valbulas de escape y sus procesos de
drenaje. Una angustiosa soledad puede llevarnos a la tristeza más profunda. Una
derrota, una incapacidad, un miedo atroz, una incertidumbre constante… La pobreza y el abandono, la
riqueza y el carnaval… en fin! Somos seres modelables al entorno y el contagio
de las emociones es el pan de cada día en las medios de comunicación, en las
campañas electorales, en las modas etc.
Practicamos
el odio y nos contagiamos del odio. Practicamos el amor y nos contagiamos del
amor.
¿Qué sigue
ahora? ¿ Que hacemos sin estas prácticas religiosas para sobrellevar sin santos
y vírgenes, esta inestable existencia? ¿Las pastillas psiquiátricas? Porque
creer que las emociones que antes eran encaminadas por la fe son malas y
necesarias de controlar a fuerza de química parece que es el mensaje de las
sociedades occidentales. Por otro
lado existe otro mensaje que
contrarresta poco a poco esta pérdida. Se trata de las emergentes
prácticas de espiritualidad consciente, donde las personas entablan una
relación directa con la espiritualidad y dejan para su propia consciencia la
tabla de los diez mandamientos, esta vez relacionados con todo el ecosistema
humano, cósmico, como un todo. Meditar, hacer yoga, tai chi, soltar recuerdos,
perdonar malas emociones, desapegarse… en fin… un camino más ligero, ¿más a la
medida de nuestras posibilidades? Un camino nuevo, globalizante, planetario apuntando a un futuro
social diferente…
Aunque también
por ese camino pululan los guías espirituales, los gurus, la estratificación y los
vividores de los otros… de nosotros, los sedientos pasajeros de la vida que
buscamos el abrazo del alma que perdimos al nacer y que recordamos, emoción
tras emoción en un emulador ejercicio de permanencia paradójicamente temporal.
Pero nos
vamos, pero morimos, pero no somos ángeles, ni sirenas, ni superhéroes y menos
solipsistas en la cumbre de una roca.
Una práctica
espiritual a la medida de nuestra actual fragilidad, podría ser una buena
propuesta a la hora de vivir más
el presente en la tierra y menos el futuro en los cielos a pesar de su anuncio de eternidad.