De de que manera
te olvido
a
de que manera te recuerdo.
Mi
primera
novela lleva el nombre de un bolero, pero también de una búsqueda. En
aquellos
años necesitaba saber la manera, como bien dice la canción, de un
método para el
olvido. La muerte ya había tocado a mi puerta y estaba dando inicio a la
despedida de los primeros amores: mi colección de piedras de mar y
boletos de entrada a museos. Así que mis sueños de recorridos en
caravana y porsiempres salvajes habían terminado. Buscaba
desesperadamente esa falta de sufrimiento sobre las pérdidas que van
aconteciendo en la
vida, ese bálsamo que solo proporciona el olvido cuando el tiempo pasa y
los
recuerdos se desdibujan día con día, debilitando la pasión de lo que yo
llamaba
en ese momento -la primera vez de todas las cosas- y que inauguraba mi manía por el arte de la memoria y al mismo tiempo y también contradictoriamente del desapego. ¿Dónde
conseguir ese milagroso ungüento anestésico? ¿Cómo evitar el recuerdo?
Pero
ya sabemos, con los años
las búsquedas cambian y pareciera que terminamos escribiendo sobre
búsquedas
contrarias. Una vez aprendemos a olvidar, queremos aprender a recordar
paradójicamente. Y empezamos a tomar vitaminas para recordar!
Es en este sentido que el gran García Márquez me está dando una lección:
si mi
primera novela De qué Manera te olvido, es un acercamiento al tema del
recuerdo. Manía que me ha tenido
ocupada por décadas, ahora sé que también llegará el momento en que
aunque no queramos todo
se olvida. Es entonces cuando la voluntad, ese motorcito que tenemos
instalado en la puerta del pecho, nos hará buscar su contrario: ¿cómo
recordar?
Los años nos traen el
olvido sin querer, como antes la falta de experiencia nos traía el recuerdo sin aditivos, sin resignación alguna…
Recuperar los recuerdos
supone detener al olvido que antes anhelábamos, mientras sudábamos los pensamientos
repetitivos y la disconformidad revuelta con el duelo.
La vida ahora más larga,
nos da tiempo de conocer las antípodas de los deseos, quizá para empezar poco a poco a entender
que detrás del olvido y el
recuerdo, la verdad verdadera, al igual que la nombran los niños, es el presente
sin escribir. Es la acción del ahora. La praxis del hecho, el surco en la
materia, la pequeña cicatriz en la
superficie del mundo que dejamos hoy.
Cuando
vamos entendiendo es porque soltamos el control y sí, es mejor antes
que después, pero aparece la sonrisa de la imperfección entre las
arrugas de una boca que arrastra otras bocas hasta el día de su muerte.
Entonces la ausencia volteará la página
de nuestros nombres y apellidos para que otros lean, hablen y rían, mientras
otros lloran, bostezan, besan y comen…sin recuerdos de olvidos. Sin olvidos de
recuerdos.
No hay que
tenerle miedo al lenguaje de los vivos, recuerdos más recuerdos menos, vivimos
abofeteando a la muerte. Que lo diga los cien años de soledad que nos acompañarán
muchos cien años más y otros cien años menos.