sábado, 21 de julio de 2012





                                       De de que manera te olvido 
                                                            a 
                                       de que manera te recuerdo.

Mi primera novela lleva el nombre de un bolero, pero también de una búsqueda. En aquellos años necesitaba saber la manera, como bien dice la canción, de un  método para el olvido. La muerte ya había tocado a mi puerta y estaba dando inicio a la despedida de los primeros amores: mi colección de piedras de mar y boletos de entrada a museos. Así que mis sueños de recorridos en caravana y porsiempres salvajes habían terminado. Buscaba desesperadamente esa falta de sufrimiento sobre las pérdidas que van aconteciendo en la vida, ese bálsamo que solo proporciona el olvido cuando el tiempo pasa y los recuerdos se desdibujan día con día, debilitando la pasión de lo que yo llamaba en ese momento -la primera vez de todas las cosas-  y que inauguraba mi manía por el arte de la memoria y al mismo tiempo y también contradictoriamente del desapego. ¿Dónde conseguir ese milagroso ungüento anestésico? ¿Cómo evitar el recuerdo?

Pero ya sabemos, con los años las búsquedas cambian y pareciera que terminamos escribiendo sobre búsquedas contrarias. Una vez aprendemos a olvidar, queremos aprender a recordar paradójicamente. Y empezamos a tomar vitaminas para recordar! Es en este sentido que el gran García Márquez me está dando una lección: si mi primera novela De qué Manera te olvido, es un acercamiento al tema del recuerdo.  Manía que me ha tenido ocupada por décadas, ahora sé que también llegará el momento en que aunque no queramos todo se olvida.  Es entonces cuando  la voluntad, ese motorcito que tenemos instalado en la puerta del pecho, nos hará buscar su contrario: ¿cómo recordar?

Los años nos traen el olvido sin querer, como antes la falta de experiencia nos traía el recuerdo sin aditivos, sin resignación alguna… 

Recuperar los recuerdos supone detener al olvido que antes anhelábamos, mientras sudábamos los pensamientos repetitivos y la disconformidad revuelta con el duelo. 

La vida ahora más larga, nos da tiempo de conocer las antípodas de los deseos, quizá  para empezar poco a poco a entender que  detrás del olvido y el recuerdo, la verdad verdadera, al igual que la nombran los niños, es el presente sin escribir. Es la acción del ahora. La praxis del hecho, el surco en la materia, la pequeña cicatriz en  la superficie del mundo que dejamos hoy. 
Cuando vamos entendiendo es porque soltamos el control y sí, es mejor antes que después, pero aparece la sonrisa de la imperfección entre las arrugas de una boca que arrastra otras bocas hasta el día de su muerte. 
Entonces la ausencia volteará la página de nuestros nombres y apellidos para que otros lean, hablen y rían, mientras otros lloran, bostezan, besan y comen…sin recuerdos de olvidos. Sin olvidos de recuerdos. 

No hay que tenerle miedo al lenguaje de los vivos, recuerdos más recuerdos menos, vivimos abofeteando a la muerte. Que lo diga los cien años de soledad que nos acompañarán muchos cien años más y otros cien años menos.

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