lunes, 15 de marzo de 2010

ANONIMO DEL CAIRO

Ni la música Seedi con todas sus ondulantes hipotenusas femeninas, ni el temblor de la piel raptada por tambores y panderetas, ni las faldas girando como trompos, desafían en la gran ciudad del Cairo, al poder de la antiquísima lengua de agua llamada El Nilo. Tampoco el mercado Khan El-Khalili con sus callejuelas repletas de tiendas administradas siempre por
Mohamed, alias el mejor precio, y los anticuarios de impactante acento decimonónico británico, junto a los cafés olorosos a chai con hierbabuena y pipas aromáticas.
El río Nilo, hundido milenariamente a la tierra, peleando su territorio con el desierto, es la firma de la vida para el Cairo y para todas las ciudades cercanas a su abono ahora y siempre. El río es la ruta entre el pasado y el presente, entre los 4mil años a.c. y los 2mil años d.c. que le recorren limando las piedrillas del desierto entre centenares de dioses, cantos sacerdotales a la inmortalidad, guerras y alianzas entre el alto y el bajo Egipto, entre la tierra negra y la tierra roja, entre la flor de loto y el papiro, como lo representa a la perfección el jardín del museo del Cairo, coronando a los faraones como dioses y a los dioses como faraones, en una larga secuencia de la humanidad que la presente era, no puede revivir a conciencia, por su intensidad y por la ignorancia. ¿De cuanto nos hemos perdido los occidentales por no reconstruir la historia como se debe?
¿Cuantas lecciones hemos olvidado al no recordar los ojos del rey Hor viéndonos desde sus 3700 años de antigüedad más íntimos y cercanos que los ojos de Mel Gibson grabados en celuloide?
No recordamos porque no sabemos, porque no nos educamos y nadie nos educa. ¿Cómo saber que se pescaba con arpón, de pie sobre sandalias de esparto, equilibrando el peso de la tabla
tatarabuela de la de surf, acompañados por los hipopótamos que también pescaban, entre los papiros, los lagartos que esperaban a sus presas y los gansos rayando el cielo en su huída al mediterráneo, mientras los enamorados se deseaban imaginando sus cuerpos barnizados por el aceite de sándalo, protegidos de los zancudos por los abanicos de plumas de avestruz que batían sus esclavos, mientras los campesinos segaban el trigo de la ribera, picaban piedra caliza y secaban dátiles?
Menos aún recordar que estas viejas alianzas son las alianzas de siempre. Las que constituyen la vida de los imperios hasta en el 2006 d.c.
Cincuenta, cien, doscientos o trescientos años como promedio de duración de las casas imperiales, las que constituyen las disnastías. Ramses II reinó durante 66 años y tubo 90 hijos pero ninguno le llegó a la talla, así que los siguientes nueve reyes tomaron su mismo nombre prestado para preservar con el la gloria del trono y la inmortalidad. De allí el templo de Karnak gigantesco complejo de templos (caben cuatro Baticanos dicen) en el que se invirtieron la módica cifra de 2000 años para su construcción, con los consiguientes movimientos humanos de vida y muerte de pueblos enteros esclavizados, aferrados a la mueca del faraón quien sentado en su cetro áureo, pisaba de manera simbólica con sus pies a sus enemigos, pintados en posición de vasallos, con detalle de raza y tribu en los taburetes. La sumisión era el pan de cada día y la iconografía la propaganda que aseguraba a los vencedores los botines de guerra. Tierras, mujeres, mano de obra para las pirámides, todo complacía al Dios Faraón. Y en el caso de ser reina como Hatshepsut, pues una nueva diosa la justificaba en su mandato, mientras cabalgaba buscando plantas para su jardín exótico. Después, al final de los imperios llegaban los venenos, los saqueos, las destrucciones he incendios de para no dejar señal de lo vivido. Incluidos los dioses que eran suplantados por otros, más a doc de los vencedores. De esto no se escapan moros ni cristianos. Persas, griegos, romanos. Franceses, ingleses, españoles. Aztecas, chibchas, e incas.
Hasta la actualidad los imperios trafican con sus naves por las mismas corrientes de los ríos de la vida. Los que llevan poder, los que llevan alimento, los que devuelven oro, enfermedad o acciones petroleras. Los que bañan las tierras prometidas y las hacen fértiles para Caín el pastor o para Abel el cazador, según sea la bandera de la tribu y el tiempo que avecina. Todos convocan al halcón Horus para sus guerras, todos desean sojuzgar a los extraños que no son de su pueblo y destruir sus símbolos para poner sobre las ruinas los nuevamente legítimos.
Ni la fortaleza de Saladino, ni Abu Simbel, ni el misterio de las pirámides desafían al poder de este río que cobija la antigua pulsión de la muerte, del combate y de la sobrevivencia. A sus orillas se tejió lo demás. El mercado y el tráfico del querer y del poder. El de la pobreza, la avaricia y la injusticia. Después vinieron las leyes como un anexo divino.
Ya hasta la misma agua que se navega tiene su peso en oro en el mercado actual. ¡Cual nuevo faraón querrá ser el propietario auto designado de los Nilos del mundo? ¿Quién está abriendo la jaula del halcón en este momento?

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