¿Qué pensar, qué saber, qué desear, qué hacer?
Me
pongo en la piel de los jóvenes
que inician el camino de las preguntas, con la clara intención de obtener las
respuestas por parte de los profesores, en el mejor de los casos, o por lo
menos de ser encaminados en la acción de abrir los cerrojos del conocimiento.
Claro que esto es una fantasía. Los profesores
seguimos preguntándonos, y no respondiéndonos, con la desazón muchas veces de
transitar caminos del pensamiento estériles o inadecuados para el presente.
Los profesores muchas veces nos detenemos a
regodearnos con el ego a vista y paciencia de los alumnos, haciendo de nuestras
clases púlpitos o audiencias cautivas hasta el colmo del enamoramiento y la
dependencia. Los profesores muchas veces somos niños pequeños que seguimos en
el Alma Mater como se sigue en un gran útero alimenticio, haciendo de nuestras
pequeños grandes descubrimientos las hazañas de la vida. Cuando claramente la
vida sigue con todas sus señales fuera de la academia y con ella sus demandas y
su oportunidad de dar respuestas.
¿Qué es el arte…? si todavía existe como definición. ¿Qué estudia el campo de la estética, para que
diablos sirve y que sentido tiene pensar en lo bello, en un mundo donde ya
sabemos que el deseo no es un instinto ni
una pulsión subjetiva, sino un aprendizaje cultural, una construcción social
regulada a través de instituciones como la familia, la escuela, el estado y los
medios de comunicación.
¿Qué
sentido tiene pensar un mundo reconocido como androcéntrico, cuyas estructuras
de división sexual, delimitan la distribución del poder y del saber, así como
también la canalización de los deseos y los derroteros de identidad subsecuentes,
que son, a su vez, las guías para
pensar en lo bello, en lo que realmente es objeto del deseo.
¿Y de que sirve pensar en lo bello si ya nos inducen
a desear, a sentir, a ser? Ya no es secreto. Nuestros deseos están regulados
por un sistema global del capital donde es el mercado el que reinventa nuestros
imaginarios provocándonos y vendiéndonos la belleza y el deseo en un continua
presentación de novedades que opacan al original instinto, provocando un estado
de insatisfacción constante y por lo tanto de dependencia e infantilismo
emocional.
¿Qué hacer,
escribir, inventar, soñar…?
Si todo se produce en metralla como una suerte de
continuos ejercicios de voluntad creativa, cortos, siempre en espera del
siguiente, rápidamente olvidados por falta de un pathos comunitario real o por falta de empatía que restituya
a la poiesis en su lugar inicial dentro de la polis como manantial cognitivo. O
bien, sin estructura o telos que nos indique que el fuego sigue siendo fuego, el
tiempo tiempo, y el deseo deseo.
¿Qué esperamos del arte? ¿Qué esperamos de
nosotros y de la sociedad? Qué o que.
Preguntas,
preguntas, preguntas….
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