miércoles, 3 de marzo de 2010

La Metáfora de la educación

LA METAFORA DE LA EDUCACION

La escuela, el colegio, la universidad. El resto va por nuestra cuenta.
Hibridez, globalización, modernización, universalización. Palabras que silban entre los dientes de muchos educadores, adeptos a la nueva ola lanzada a la playa de la postmodernidad costarricense, donde se bañan teóricos, intelectuales y líderes políticos entre otros, sin saber muy bien si se trata de nadar, sumergirse en su espuma, saltar, surfear o simplemente enjuagarse en la zona de las palabras de moda.
El caso es hablar con las palabras que tocan: las que terminan en “ción” o en “aria”. Pero ¿quién sabe realmente cuál es el sentido de estas palabras y lo que es más, sabiendo el sentido, si son apropiadas para el tema, para el pedazo de realidad a las que se están adecuando? No olvidemos que al escoger una metáfora cortamos el queque de la realidad –epistemológicamente hablando– quedándonos con una tajada tan solo. Y es a partir de esa tajada que seguimos elaborando el resto.
Cuando se habla de educación usualmente se habla también de modernización, actualización, globalización. Palabras huecas. No hay otra metáfora para la educación que la vida. Como la vida –la de carne, vísceras y sentidos– es la metáfora de la educación. Original y copia se retroalimentan en aras de moldear mejores seres humanos.
Vida y conocimiento. La educación no es otra cosa más que, reflexión, reproducción, representación de la práctica del vivir, donde los estudiantes deben reinventar el mundo y los profesores también. Donde cada día, con la suma de informaciones, concretas y abstractas, parciales y generales, reelaboramos nuestra postura vital y asumimos las elecciones correspondientes. Algo muy simple y al mismo tiempo muy complicado como es el principio filosófico de todas las cosas.
Si la metáfora es la vida, su instrumento es el conocimiento. Por lo tanto si no conozco la vida no educo y no me educo. Si conozco la vida, la plural y la particular. El movimiento externo y el movimiento interno de las cosas, mi camino será claro, mi aprendizaje intenso y duradero, pero si no conozco la vida, si niego el movimiento, el protocolo de lo vivo en todas sus
manifestaciones, el camino será engañoso, lleno de palabras y pocos resultados duraderos. Será un simple camino para un fin y no un camino en sí mismo. La metáfora del camino es muy antigua pero muy ilustrativa. Un punto de partida y un punto de llegada y en medio una línea.
Si recordamos todas las historias acerca de caminos, lo importante de ellas se encuentra en la línea. No en el principio ni en el fin.
Hace unos días me sorprendí cuando el director del colegio donde estudia mi hijo decía que lo importante no era asistir o no al colegio. Lo importante era la vida. Las elecciones que vayamos haciendo a lo largo del camino son las que nos darán una vida particular. El director no había dicho nada nuevo, pero el grado de empatía y de sinceridad con el que usó la metáfora humana de la educación, creo que sirvió más que dos horas de discurso lleno de palabras especializadas. Y no me refiero a manipulación de grupos de jóvenes. Me refiero a que creo fervientemente que una educación sin sentido de libertad, de conciencia individual, en medio del ruido, no tiene sentido más que el básico de comer para llenar un estómago. El mismo que tiene usar palabras socialmente de moda, entelequias ideológicas de los ochentas,
noventas, para tratar los temas cálidos de nuestro ser.
Hacer personas. Educar es hacer personas más allá de sujetos o sujetas que funcionen laboralmente, que se laven los dientes, hagan familias y reproduzcan todos los vicios y virtudes de nuestra sociedad que sigue siendo muy nuestra, muy específica a pesar de la globalización y sus curiosos productos; como es el hecho del alto índice de criminalidad y delincuencia urbana –entre asaltos y tráfico de drogas– incontroladas por la policía en
las zonas más frecuentadas de San José, y el número siempre presente de maternidad adolescente muy característico de nuestro ser colonial. Educar es ser persona para hacer personas. Más que dar una clase, planear una estrategia educativa o una nueva metodología, el que educa tiene que saber primero quien es, y en que consiste su vida. Para luego poder emprender la hermenéutica de la colectividad con un polo a tierra seguro y comprensivo.
¿Cúanta gente dedicada a la educación no se encuentra en la ignorancia más grande relativa a su propia humanidad? ¿Cómo se puede educar dando palos de ciego, jugando a que se conoce sin conocer? ¿Cómo hacer metáforas de algo desconocido, cómo trasmitirlas si ni siquiera nos hemos podido construirnos como personas? ¿Si nadie nos ha enseñado a hacerlo? Volvemos al cuento de la serpiente que se muerde la cola. Que siempre es mejor que el cuento de la serpiente terca que se muerde la cola.
¿Educarnos para qué? ¿Para cumplir con un protocolo social? Para aprender un oficio que nos mantenga? ¿Para mantener los niveles propios de la globalización?
No. Educarnos para la vida que es decir todo: lo social, lo económico, lo técnico, lo biocircundante; pero también lo comprensivo, lo integrador.
Lo que sistematiza el goce de estar vivos, de ser personas actuantes, protagonistas en ejercicio de su libertad en las esferas privadas y públicas de sus vidas.
Es la mejor metáfora, la más simple y la más difícil. Ya que educar va paralelo a vivir, y que a veces la vida no da para más cuentas que los números, comprometámonos con esa parte de nuestras vidas destinada para ello colectivamente. La escuela, el colegio, la universidad. El resto va por nuestra cuenta. Pero esa es otra metáfora. La de la serpiente terca que se muerde la cola mientras busca el equilibrio entre la responsabilidad y la libertad

1 comentario:

  1. Una reflexion profunda e interesante sobre el valor del aprendizaje. Enhorabuena. Un salulo desde Madrid
    Concha

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