Extracto de capítulo de la novela VER BARCELONA
Arena
Color
similar al compuesto por partículas
de rocas silíceas que pueden ser oscuras o claras, creando un tono
inestable a la percepción.
Siempre había alguien
despierto en Barcelona.
Frente a su ventana en el Passeig de Gracia, unas
cuantas luces encendidas, piso más arriba, piso más abajo, señalaban las
diversas rutinas de sus ocupantes. Ella era una más que mantenía su lámpara
encendida. Hacía rato que leía el último best seller pero no pasaba de la página treinta. Repetía
la 28, la 29, un párrafo de la treinta y
de nuevo a lo mismo. Tomó un sorbo de la botellita de agua que dejaba dispuesta sobre la mesita de
noche. Miró sus manos, los bordes de las uñas manchadas con pintura blanca, y
de pronto recordó el manual. Dejó el libro y se sentó sobre la cama.
Hacía
meses que no releía el manual.
Pero esa noche tenía que hacerlo. Ya eran muchos los días en que no se
sentía bien. La ansiedad le hacía fumar el doble y los pensamientos repetitivos
con lo mejor de sus miedos la mantenían al borde de un ataque de pánico. Por
eso ya ni salía. Temía cruzar la puerta, verse en la calle abarrotada de gente
y no saber dar un paso. Igual que ella estaba su taller o palomar, como le
gustaba llamarlo. Sucio, desordenado y maloliente. La ayuda doméstica que había
pedido a la agencia aún no llegaba. Ni siquiera había vuelto a cocinarse. Tenía
que terminar las pinturas y cada vez le costaba más enfrentarse al vértigo del
lienzo blanco. Fue hacia el
armario y sacó el manual de entre
la gaveta de los calcetines. El cuaderno, viejo y lleno de marcas de tazas de
café, tenia escrito Manual de Pintura.
1937 en la portada y estaba subrayado con dos líneas rápidas de
carboncillo. En una esquina inferior, con letras bastante pequeñas se
leía: Boninn. Maestre pintor.
Se metió de nuevo en la
cama con el cuaderno, como siempre hacía cuando entraba en crisis. En su
taller, ya tenía todo dispuesto. Los bastidores, las pinturas, los solventes,
los aceites y pigmentos, la paleta limpia y los pinceles suaves y dóciles sobre
la esquina de la mesa que desocupó, como pudo, de ceniceros llenos, papeles
arrugados y sobras de naranja y pan. Faltaba que diera el paso que da inicio a
la metáfora de la pintura. Esa maravillosa representación que siempre le
sorprendía fluyendo de su mano hacia el lienzo.
El manual estaba
estructurado por capítulos divididos en colores. En el encabezado decía
Rojo. Leyó en voz alta:
“Hay que pintar no solo
con la mano sino que con todo el cuerpo. Pintar los colores que guardan los
objetos y las gentes, para activar las energías sagradas por medio de las
formas que descubren los colores. Abrir las puertas que son las bocas de las
casas hacia los cuerpos del universo y de nosotros mismos. Sangre con sangre,
rojo con rojo, hasta instrumentalizar lo sagrado de otros mundos en este. El
poder de la sangre, como lluvia que mana de las fauces, de la boca, puerta de
la vida, uniendo un portal con el otro de otro mundo, rojo con rojo, el antiguo
rito del sangrado. Conectando el agua con la vida de la carne y del
corazón. No el rojo rosado de mi
madre, el rojo rosado de mi hijo, este es el rojo amor. Amor, amor patrio, te
doy mi sangre, como el verde que te quiero verde de Lorca, te doy mi cuerpo
para que pintes con el. Pinta, pinta, pinta, solo así se puede pintar con el
rojo.”
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