La mano de Io
Io mantenía con vida la última chispa del fuego dentro de la caverna.
Pronto vendría su padre y con el más madera y comida para pasar los meses de
invierno juntos. Su padre se había ido con todos los hombres de la tribu a
cazar como siempre lo hacían al final del verano. Quedaban en la caverna su mamá, sus tías y tres niños
más que aun no caminaban. Io había crecido rápido y aprendía de prisa todo lo
que le enseñaban. Sus ojos no paraban de observar cada actividad que realizaba
su madre con el único fin de copiarla. Pero ella quería hacer algo más para
terminar de ganarse el corazón de su familia. Un corazón tierno y sencillo que
los arropaba en grupo por las noches para no tener frío y los unía en la lucha
contra los grandes animales del bosque umbrío.
Ese día no había salido el sol cuando ya todos andaban en busca de ramas con que alimentar al fuego, dejándole el encargo de mantener la chispita encendida. Io se mantuvo fiel a su labor hasta que un golpe leve la hizo mirar hacia la entrada de roca. En el suelo una pequeña pelotita color naranja seguía rodando lentamente hasta terminar de detenerse justo frente a sus rodillas. El aleteo de un pájaro seguido de un breve piar le hizo pensar que la pelotita acababa de terminar un viaje por aire y que había llegado hasta allí para que ella, la cuidadora de la chispa del clan de los jaguares, pensara que se podía hacer con una pelotita así.
Ese día no había salido el sol cuando ya todos andaban en busca de ramas con que alimentar al fuego, dejándole el encargo de mantener la chispita encendida. Io se mantuvo fiel a su labor hasta que un golpe leve la hizo mirar hacia la entrada de roca. En el suelo una pequeña pelotita color naranja seguía rodando lentamente hasta terminar de detenerse justo frente a sus rodillas. El aleteo de un pájaro seguido de un breve piar le hizo pensar que la pelotita acababa de terminar un viaje por aire y que había llegado hasta allí para que ella, la cuidadora de la chispa del clan de los jaguares, pensara que se podía hacer con una pelotita así.
Io tomó la pelotita con la mano y la zarandeó sin que nada sonara en su interior,
después la olfateo hasta que un lejano olor a tierra y carne le recordara que
tenía hambre y que la chispa no se podía apagar. Se cercioró de que el pequeño
fuego siguiera vivo en el centro de las cenizas sin soltar la pelotita dentro de su mano. Iba a
morderla pero se contuvo. La
pelotita era hermosa, brillante y colorida. Decidió guardarla a la entrada de
la caverna. Salió a toda prisa faltando por primera vez a las reglas del clan,
que le tenían prohibido dejar su puesto.
Se guió por su instinto joven y despierto hasta un espacio donde la tierra era muy
negra y húmeda. Allí cavó con su mano un huequito y guardo la pelotita
tapándola de inmediato con tierra. Por toda seña puso tres piedras en línea y corrió
hasta la caverna de nuevo.
Io supo que llegó su padre porque tenía el recuerdo de su olor siempre
vívido en su mente. Del grupo de hombres solo volvieron tres. Su padre estaba
herido y enfermo. Su madre empezó a gritar y las demás también. Lo cubrieron
con pieles y avivaron el fuego. Pasaron muchos días antes de que su padre
volviera a levantarse. Lo hizo pero ya nunca volvió a salir de caza. Solo se sentaba a la entrada de la
caverna con la mirada perdida en el cielo durante todo el día hasta que su
madre lo ayudaba a meterse y lo cubría de nuevo con las pieles. Io sabía que añoraba sus viajes y
sus luchas.
Para la siguiente primavera ya habían más niños y los hombres de nuevo
salieron menos su padre. Io terminó de hacer el bastón antes del mediodía. Estaba segura de que con la ayuda del
bastón su padre podría hacer cortos recorridos y quizá alegrarse un poco y volver a chillar y reír como
antes. Al padre le costó acostumbrarse al bastón pero con él fue capaz de
internarse en el bosque y poco a poco conocer las plantas y los animales
menores. Cada vez volvía con nuevas hojas y piedras que convertía en polvos con
que pintar las paredes de la caverna. Eran sus historias. Io las veía y chillaba
y chillaba y resoplaba y contenía los sonidos y los soltaba. A su padre todos
lo conocían ahora como el de las buenas manos. Pero un día no muy lejano el padre no volvió más.
En ese tiempo eran muy pocos los padres entonces todos lloraron al padre de Io
como el propio porque los había acompañado en la caverna mucho tiempo,
coloreando paredes y curando enfermedades. Esto los hizo sentir mejor a todos y empezar a recordarlo cada vez que veían sus manos pintadas en las paredes de la caverna.
Io ya era grande y no necesitaba el permiso de su madre para salir al bosque. Quería hacer un fuego en recuerdo de su padre en lo alto de la montaña para terminar de calmar su corazón. Un primer altar para retener lo que la memoria perdía.
Io no había caminado mucho tiempo cuando se encontró de frente con muchas plantas todas iguales, altas, de hojas verdes brillantes y tallo robusto. De ellas colgaban pelotas naranjas redondas y también brillantes. De inmediato se recordó de la pelotita que enterrara tiempo atrás. Io dejó a un lado sobre el suelo lo que llevaba para hacer el fuego y el altar en honor a su padre. Rodeó todo con cinco grandes piedras, cada una en recuerdo de cada dedo de la mano. Porque eso era lo que tenía; manos para hacer cosas como su padre le había enseñado y cabeza para pensarlas. Tenía mucho por hacer.
Io ya no subiría a la cima porque tenía que volver y llevar toda aquella comida a su clan.
¡Que mejor lugar sagrado que ese, pensó, donde tomar la comida y recordar al mismo tiempo a los que ya no vuelven!
Io ya era grande y no necesitaba el permiso de su madre para salir al bosque. Quería hacer un fuego en recuerdo de su padre en lo alto de la montaña para terminar de calmar su corazón. Un primer altar para retener lo que la memoria perdía.
Io no había caminado mucho tiempo cuando se encontró de frente con muchas plantas todas iguales, altas, de hojas verdes brillantes y tallo robusto. De ellas colgaban pelotas naranjas redondas y también brillantes. De inmediato se recordó de la pelotita que enterrara tiempo atrás. Io dejó a un lado sobre el suelo lo que llevaba para hacer el fuego y el altar en honor a su padre. Rodeó todo con cinco grandes piedras, cada una en recuerdo de cada dedo de la mano. Porque eso era lo que tenía; manos para hacer cosas como su padre le había enseñado y cabeza para pensarlas. Tenía mucho por hacer.
Io ya no subiría a la cima porque tenía que volver y llevar toda aquella comida a su clan.
¡Que mejor lugar sagrado que ese, pensó, donde tomar la comida y recordar al mismo tiempo a los que ya no vuelven!
Io inicio el camino de vuelta pensando en cual otro lugar sería bueno para enterrar más pelotitas. Tenía tantas cosas que hacer, que decir, que contar, que dejar registrado en las paredes …
Al día siguiente todo el clan reunido llegó al lugar y hicieron un fuego hermoso donde recordaron a los que recordaban.
Las estrellas brillaban perfectas sobre la región de los jaguares
iluminando el río en su caída libre.
Io estaba segura de que muchos pensaban lo mismo: Era más hermoso
contemplar el cielo abierto y las plantas cargadas con frutos que la oscuridad
de la caverna. Aquel era un buen lugar para vivir.
Sus hermanos menores se acercaron y uno de ellos le tomó la mano.
– Akí Io -dijo- akí. Akí, akí, akí. Y brincó sobre la tierra con júbilo seguido por todo el grupo de niños que también gritaron -¡Akí, akí, aki,´akí, Io....!.
Su madre sonrió. Ella y otras mujeres después de recoger piedras empezaron a moler los frutos, mientras los hombres amarraron entonces las piedras más filozas a trozos de madera pulida. Io hizo con sus manos un cono con polvo de resina de árbol y lo lanzó al fuego. El olor a bosque inundó el aire como sucedería en el futuro cada vez que la luna se escondía detrás del sol de las cinco piedras.
– Akí Io -dijo- akí. Akí, akí, akí. Y brincó sobre la tierra con júbilo seguido por todo el grupo de niños que también gritaron -¡Akí, akí, aki,´akí, Io....!.
Su madre sonrió. Ella y otras mujeres después de recoger piedras empezaron a moler los frutos, mientras los hombres amarraron entonces las piedras más filozas a trozos de madera pulida. Io hizo con sus manos un cono con polvo de resina de árbol y lo lanzó al fuego. El olor a bosque inundó el aire como sucedería en el futuro cada vez que la luna se escondía detrás del sol de las cinco piedras.